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La Faeneras malagueñas de 1918 |
No tenemos ni idea de cuándo nació
Concepción Mesa, ni de quién eran sus padres, ni cuándo murió. Pero sí sabemos
cómo acabó aquel 9 de enero de 1918 subida a una silla, en mitad de la Alameda
Principal de Málaga, en medio de unas 800 mujeres pendientes de sus palabras.
Mesa anunciaba que ella, una mujer
analfabeta y obrera de una almendrera, le había dado al señor gobernador un
plazo de 48 horas para que atendiera a sus demandas. Y lo había hecho porque se
sabía con la fuerza que le daban las otras 7 mujeres que la acompañaban: Dolores Guerrero, Bernarda Martín, María
Núñez, María Rodríguez, Antonia Jaime, María Pareja y Dolores Fernández. Y porque
la respaldaban las 800 mujeres que la escuchaban y las que quedaban por acudir.
Y sobre todo porque el hambre hace valientes.
Esta es la historia de las faeneras de
Málaga, mujeres que no sabían leer ni escribir, que trabajaban 14 horas de
lunes a domingo en las fábricas de los señores y malvivían en casas decrépitas
e insalubres. Es lo historia de una Málaga en la que unos pocos se llenaban los
bolsillos exportando las delicias de nuestra fértil tierra mientras la
ciudadanía apenas podía comer.
El hambre no era solo cosa de mujeres,
por supuesto, pero fueron ellas quienes aquel enero estallaron al ir a comprar
el pan (lo más básico) y se lo encontraron a 60 céntimos el kilo. El sueldo de
una modista era de una peseta y media. Un hombre que trabajara de herrero
apenas cobraba 4 pesetas. Y no era el pan lo único prohibitivo. Las patatas,
las almendras y limones que ellas mismas preparaban, ¡el pescado de nuestra
bahía!... El murmullo inicial de las mujeres se fue convirtiendo en un pesado
zumbido y finalmente en clamor. Unas cuantas comenzaron a gritar consignas: “¡Qué
baje el pan! ¡Hay que hacer lo que no hacen los hombres!”.
Las mujeres avanzaban por las calles
rumbo al Palacio de la Aduana, sede del Ayuntamiento y el Gobierno Civil. De
las callejuelas surgían cada vez más faeneras indignadas y cuando llegaron al
lugar escogieron a Concepción, que ya contaba 80 primaveras, como su portavoz.
Y ni corta ni perezosa, Mesa se plantó ante las todopoderosas autoridades para
exigirles que no exportaran ni un gramo más de comida hasta que los precios
volvieran a ser razonables y la gente de Málaga pudiera alimentarse. Y que para
ello tenían dos días, que dos días con hambre ya es mucho, y que si no lo
arreglaban se atuvieran a las consecuencias.
Y eso es lo que estaba contando
Concha, mano a mano con su amiga Dolores Fernández, encima de la silla
aquel 9 de enero de 1918.
Evidentemente los señores políticos habían dado mil excusas y hecho un buen puñado de promesas que no pensaban cumplir. Bueno, el alcalde, Salvador González Anaya, sí que lo intentó. Pero tras un fulminante cese el lobby industrial volvió a contar con un alcalde dócil, que es lo que queda bonito y deja claro al pueblo llano cuál es su sitio y el de sus aliados.
Pero las faeneras no estaban dispuestas y el sábado 12 de enero difundieron un manifiesto llamando a la ciudadanía a solidarizarse con su lucha. Además convocaban a un mitin que Concepción y sus compañeras iban a dar al día siguiente y al que solo podrían entrar mujeres y tres representantes por cada una de las sociedades obreras. Ese domingo 2.000 personas abarrotaban el local y 6.000 más aguardaban en la calle. Allí decidieron seguir con las movilizaciones, así como permitir a los hombres que se unieran a ellas pero desde la retaguardia.Los siguientes días las calles quedaron tomadas por las concentraciones. Grupos de mujeres paran en el puerto la exportación de un cargamento de patatas y las llevan al mercado para venderlas al precio de 1914, ganancia que luego entregan a la compañía propietaria. También con un cargamento de pescado. La tensión crece y con ella la presencia de las fuerzas de seguridad e incluso el ejército.
Las autoridades prohibieron la reunión de más de tres personas en la calle y pensaron zanjado el asunto. Aun así, más de 12.000 personas se congregaron ante el Hospital Militar en el que los féretros esperaban para ser llevados al cementerio. No pudieron hacerlo hasta muy entrada la madrugada y previa comprobación de que todo el mundo se había ido a casa, porque la cosa pintaba mal.
A estas alturas de la historia los medios de comunicación nacionales ya se habían hecho eco de lo que pasaba en Málaga, porque el hambre era un asunto nacional pero en ningún sitio las mujeres habían salido tan respondonas. O eso pensaban ellos. Por supuesto, los titulares son de un paternalismo que duele reproducir y no faltó quién atribuyó el mérito a los hombres que supuestamente manejaban a las faeneras en las sombras.
En cualquier caso, las movilizaciones no solo siguieron sino que se extendieron a más ciudades por todo el país. Un mes después, las autoridades implantaron una tasa para regular el precio de los alimentos de primera necesidad. Las mujeres volvieron al trabajo pero dejando escrita una de las mejores páginas de la historia feminista y obrera de Málaga. Aún hoy hay nietas de aquellas mujeres que recuerdan a sus abuelas emocionadas al contar la Revuelta de las Faeneras.